Contexto y energía para el tiempo que viene

Mark Zuckerberg ha dicho que las empresas necesitan más energía masculina.

Al parecer hemos ido demasiado lejos adoptando valores tan afeminados como la conciliación, la diversidad, la equidad y la inclusión, y es hora de recuperar una saludable agresividad.

La propuesta en principio no merecería mucha discusión. Obviamente no existe una energía masculina ni una energía femenina. Y, si existieran, no necesitaríamos más de la primera.

No somos solo hormonas, somos seres culturales en los que, además de la biología, tienen peso la educación y la decisión. Pero, si queremos verlo desde un punto de vista biológico, en los primates la agresividad no es exactamente energía masculina, sino un comportamiento del macho adolescente que se corrige con la madurez. En las manadas de grandes primates, el macho maduro de espalda plateada se muestra protector y evita al grupo enfrentamientos no necesarios. Por eso lidera la manada. Los gorilas parecen saber mejor que algunos humanos que la testosterona fuera de control no indica masculinidad, sólo inmadurez. Por otra parte, si por energía masculina entendemos cortar los programas de DEI y anunciar despidos, como ha hecho Meta, entonces no creo que necesitemos más. Tenemos más que de sobra.

Lo que sí merece atención es el contexto que ha invitado a hacer esas declaraciones, y otras muchas de la misma línea. La plutocracia que ha tomado la Casa Blanca el 20 de enero trae nuevos códigos de comportamiento. En el patio del instituto, los malotes pugnan por ganarse la simpatía del cabecilla. ¿Cómo hemos llegado aquí?

Estados Unidos

El pasado 20 de enero, un delincuente condenado que niega el cambio climático y las vacunas y que amenaza a sus socios con aranceles y anexiones, fue elegido democráticamente para la Casa Blanca.

Su antecesor se retira con la tragedia de Gaza sobre sus hombros. Desde una sensibilidad humanitaria será imposible echar de menos a quien ha tolerado, si no patrocinado, una violación del derecho internacional que ha costado tantos muertos y tanto sufrimiento. Pero, desde un punto de vista puramente económico y pragmático, probablemente muchos lo van a extrañar. Entre otros, las empresas europeas, cuando empecemos a sufrir las consecuencias del proteccionismo nacionalista.

No se puede explicar el entusiasmo popular generado por Trump sin reconocer la eficaz manipulación de la conversación pública llevada a cabo por Elon Musk desde la compra de Twitter. Una operación que podría parecer un desastre empresarial si se miran solo los números, ha sido un éxito histórico vista en perspectiva, ya que ahora el hombre más rico del mundo es también mano derecha del hombre más poderoso del mundo.

Las declaraciones de Musk apoyando a la AfD alemana o interfiriendo con bulos en la política del Reino Unido, demuestran que su onda expansiva se va a extender por todo el mundo, agitando el debate para crear las condiciones favorables para sus negocios.

Europa

En este panorama, Europa tiene que decidir cual va ser su papel. Los mensajes del otro lado del Atlántico son claros: es hora de que cada uno mire por sus intereses. Trump no tendrá problema en gravar nuestros productos con aranceles, dejar de participar en nuestra defensa e incluso anexionarse territorios de países de la OTAN como Dinamarca.

Como han destacado muchos expertos empresariales, es necesaria una respuesta unitaria que nos permita recuperar competitividad industrial. Pero pedir liderazgo en innovación tecnológica no es suficiente. Muchos creemos que Europa tiene que ejercer también un liderazgo moral. Me refiero a defender la democracia liberal, la cohesión social, los derechos humanos y la lucha contra el cambio climático.

Por una parte, porque es un imperativo moral. Hay que hacerlo porque es lo correcto, y porque si no lo hacemos nosotros no hay nadie más ahí para hacerlo.

Por otra parte, como cuando uno habla de valores lo descalifican por “buenista”, también podemos verlo bajo un lenguaje de marketing: necesitamos un factor diferenciador. No se trata de ser China o EE.UU. sino de poner en valor lo que somos y atraer talento y consumidores hacia nuestra economía y nuestra cultura.

China ha construido su liderazgo en un mundo capitalista sobre la base de un régimen comunista. Ha combinado su feroz determinación para conquistar mercados internacionales con una estricta planificación estatal que no escucha discrepancias internas. Eso es hacer trampas en el juego del capitalismo. Por su parte Estados Unidos, cada vez menos preocupado por defender la democracia liberal, ya no disimula el poco aprecio que le merecen conceptos como el derecho y los tratados firmados.

Competir con los dos gigantes con sus reglas, sin crítica, es abandonar la vocación de liderazgo. Europa tiene que defender sus propias reglas del juego, que son los valores del continente que inventó el derecho, la democracia y la ilustración. Y esos valores, en el siglo XXI, implican necesariamente liderar la lucha contra el calentamiento global causado por la actividad humana.

Estos valores están amenazados por el auge de un pensamiento desinformado que cree que el calentamiento global es un invento, las vacunas una estafa y que los inmigrantes comen mascotas. Y ese pensamiento basado en la ignorancia y dirigido a las emociones primarias no surge de la nada. Está alentado y manipulado por algoritmos que siguen una estrategia muy clara diseñada al servicio de los intereses de la plutocracia.

Mientras piensan cómo mitigar el impacto de la segunda era Trump sobre nuestras exportaciones y nuestra seguridad, las autoridades de la UE también deberían pensar cómo van a proteger los valores fundacionales de la Unión frente a la desinformación populista antes de que ésta nos lleve a repetir la historia de hace cien años.

¿Y nosotros?

Así empezamos 2025. Con muchas incertidumbres y con una certeza: vienen tiempos difíciles para quien quiera liderar con valores.

Por una parte es hora de ser más ágiles e innovadores. Por otra, es importante hacerlo sin desaprender algunas cosas valiosas que hemos aprendido en los últimos cincuenta años sobre cómo hacer negocios respetando a las personas y el planeta.

Aprendimos de Robert Greenleaf que el liderazgo está al servicio de las personas; de Yunus, que es posible un capitalismo consciente; de Jim Collins, que vale más el trabajo que la fanfarronería. Y, como no, de Xavier Marcet, a usar el sentido común y poner a las personas en el centro de lo que hacemos. Y de la ciencia aprendimos que, o hacemos compatible el crecimiento con la descarbonización, o no tenemos futuro. Nos queda mucho por hacer.

En ese contexto complejo, creo que lo que necesitan nuestras empresas es responsabilidad, cooperación, diversidad, y mucha creatividad para encontrar formas de crecer que sean compatibles con dejar un mundo habitable. Es decir, para que lo entiendan en Silicon Valley, lo que necesitamos es más “energía femenina”.

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