¿Negocios con conciencia?

Caminar por la vía de los negocios con conciencia nos lleva tarde o temprano a hacernos preguntas sobre para qué trabajamos. ¿Es la generación de beneficio económico nuestro único propósito? Un amigo que es muy de derechas me dice que la única misión de una empresa es generar beneficios para los inversores, y que sindicatos y ecologistas son obstáculos en el camino. Otra amiga, que es muy de izquierdas, me dice que la única misión de una empresa es generar beneficios para los inversores, y que por eso los empresarios son enemigos del bien común. Y nada menos que un premio nobel, Milton Friedman, dijo en 1970 que la única misión de una empresa es generar beneficios para los inversores. Pero… ¿Y si generar beneficios para los inversores no fuera la única misión de una empresa?
¿Conciencia o lavado de imagen?

“ESG is dead”

Es posible que hayas oído esto varias veces en los últimos meses. “Los criterios ESG (medioambientales, sociales y de gobernanza) para evaluar la calidad de una empresa están muertos”. Se dijo desde el Financial Times, y se ha repetido o desmentido en entornos financieros.

¿Quiere esto decir que en el capitalismo no hay espacio para buscar el bien común? ¿O más bien que los criterios tienen que ser revisados y sustituidos por indicadores de mayor credibilidad?

Es cierto que los fondos calificados como sostenibles han perdido popularidad. No han conseguido convencer de su seguridad a los inversores de mentalidad puramente económica. No se cambia el mundo sin asumir riesgos. Pero tampoco han merecido la confianza de los inversores conscientes debido al abuso de las declaraciones de sostenibilidad. La evaluación del carácter ESG de las empresas ha carecido de una regulación clara y única. Eso ha permitido que se incluyan en fondos supuestamente ESG empresas de combustibles fósiles y otras actividades cuya contribución a la sostenibilidad no pasaba de una vaga declaración de intenciones para el futuro.

Greenwashing

Este postureo verde, conocido como greenwashing, no se ha dado solo en el mundo financiero.

Todos hemos visto en el supermercado verduras “ecológicas” perfectamente envueltas en abundante plástico y que han sido transportadas en barcos a gas oil desde el otro extremo del mundo.

Al parecer, cuando Dios le dijo a George Clooney “aquí reciclamos”, no le avisó de que era prácticamente imposible encontrar un punto especializado de recogida de cápsulas de café de aluminio, que durante mucho tiempo no han sido admitidas en los circuitos de envases reciclables.

Varias marcas de ropa se embarcaron en una campaña para reutilizar ropa usada. Un proyecto muy positivo… si fuera verdad. Un 75% de la ropa recibida acabó quemada, enterrada o enviada sin control sin seguimiento a una posible reutilización.

Estos intentos de lavado de cara son muy frustrantes, y van transimitiendo la impresión de que no podemos fiarnos de nadie. Atendiendo sólo a estas historias, cabría pensar que las empresas se mueven en un nivel muy bajo de conciencia social y ambiental.

Niveles de conciencia

El primer nivel de conciencia empresarial sería aquel en que se hace lo correcto porque la ley obliga. Estas empresas cumplen las regulaciones sólo para tener el permiso social para hacer negocios, compensando a la sociedad por los posibles impactos negativos. Este nivel de compromiso suele ir acompañado de la queja constante y de la acción de lobby contra las regulaciones, porque estas empresas no se ven como responsables de su impacto.

El segundo nivel es el de los ejemplos anteriores. Se basa en dar una imagen de sostenibilidad para merecer la confianza de los consumidores más conscientes. Tiene un lado positivo: si hay consumidores preocupados, éstos obligarán a las empresas a mejorar algunas prácticas. Lo malo es que en este nivel de conciencia a menudo lo importante no es ser, sino parecer. Ahí es donde aparece el greenwashing.

Lo que ahora buscamos entender es si si existe de verdad un tercer nivel, en el que las empresas se mueven no sólo por su lícito afán de lucro -imprescindible para su propia existencia- sino también por una vocación sincera de tener un impacto positivo.

Capitalismo consciente

En los años 90, el premio Nobel Muhammad Yunus, creó un banco de microcréditos en Bangladesh que se definió como una entidad capitalista socialmente consciente. Fue probablemente el primero en usar el término capitalismo consciente.

Esta corriente se basa la creencia de que, en un mundo capitalista, las empresas son los agentes con más capacidad de influir positivamente y hacer un mundo más justo y sostenible. Lo son si creen en ello sinceramente. Es decir, si están dispuestas a medir su éxito no solo por la generación de beneficios económicos, sino también por la generación de mejoras para el planeta y para la sociedad. En inglés esos tres pilares se pueden definir por tres Ps: People, Planet and Profit. John ELkington, en The triple bottom line, lo presenta como una triple cuenta de resultados.

La comisión europea recogió el reto de la triple P en su propuesta de Industria 5.0. Se trata de poner la innovación al servicio de la transición hacia una industria que sea: sostenible, centrada en el ser humano y resistente.

Lo primero que se necesita para crear una empresa con un propósito consciente es un equipo o persona fundadora que crea en ello. Y los hay. Entre los ejemplos más conocidos están la marca de ropa deportiva Patagonia, comprometida seriamente con la sostenibilidad, o la holandesa Tony’s Chocolonely, que nació del activismo contra la nueva esclavitud. También es interesante el caso de los helados Ben and Jerry y su compromiso con el pueblo palestino. Y en España podemos destacar a Ecoalf, empeñada en hacer ropa con materiales reciclados y en no fomentar el consumo masivo innecesario.

¿Por qué un empresario iba a elegir dedicar su esfuerzo a mejorar el mundo a su alrededor, si es más fácil centrarse solamente en el beneficio financiero? Para contestar esta pregunta hay que preguntarse cómo actuamos los seres humanos.

¿Homo economicus, o ser humano social?

En El Futuro del Capitalismo -lectura muy interesante y provocadora-, Paul Collier se atreve a poner en duda un concepto limitante sobre el comportamiento humano: el ser humano económico. Homo economicus.

El concepto de homo economicus tal como se suele entender presupone que el ser humano se mueve exclusivamente en busca de su propio beneficio.

Los economistas liberales creen que de la suma de muchos comportamientos egoístas puede surgir, como efecto del mercado, un equilibrio positivo para la mayoría. Los socialistas, por el contrario, creen que esto no ocurre espontáneamente y que los estados deben intervenir para poner límites a esos comportamientos egoístas.

Pero Collier niega la mayor. Dice que ese hombre económico egoísta e individualista no es real. Asegura que la búsqueda del bien común es inherente al ser humano como parte de su propia búsqueda de la felicidad. El sentido de pertenencia a una comunidad es inherente a nuestra biología. Por eso a la mayoría nos gusta ser buenos miembros de la comunidad a la que pertenecemos, y somos más felices cuando creemos estar haciendo lo correcto para ella.

Para decidir si estamos de acuerdo con esta apreciación, miremos hacia dentro. ¿Tu te mueves exclusivamente en busca de tu propio beneficio?

Yo, no.

Y, si tu y yo tenemos comportamientos éticos y nos interesamos por el bien común, ¿por qué iba a ser diferente en las empresas? ¿No están los consejos de administración formados por personas como nosotros?

Se podría objetar que, aunque esos seres humanos tengan conciencia, eso no garantiza que la tenga la organización, cuyas decisiones son complejas.

Ética en las organizaciones

Para transferir el sentido de la ética de las personas a las organizaciones es necesario que ese impulso supere el obstáculo que supone la complejidad en la toma de decisiones empresariales. En su libro “Empresas con conciencia”, Oriol Iglesias y Nicholas Ind enuncian algunas de las condiciones necesarias para lograrlo.

Según su análisis, la empresa consciente necesita, además de un propósito, acciones muy concretas para integrar los principios en la cultura. Los objetivos y las métricas, la innovación y la comunicación tienen que ir alineadas con los principios fundacionales. No sirve anunciar un propósito medioambiental o social pero recompensar solo las iniciativas internas que generan efectivo.

Hemos visto algunos ejemplos de empresas que nacieron con la vocación de mejorar su entorno. Pero ¿podemos hacer algo constructivo desde empresas que se crearon a la manera tradicional, con el objetivo inicial de generar rentabilidad?

Transformar la empresa

La motivación económica está en el corazón de la empresa desde sus orígenes, pero introducir en ella la búsqueda del bien común es disruptivo y complejo. Pero sabemos que las buenas empresas no temen a la disrupción ni a la complejidad.

La cadena inglesa de supermercados Tesco decidió marcarse objetivos medibles para reducir su huella de carbono y mejorar su impacto social. Para ello, trabajaron con su cadena de suministro implicando a sus proveedores, e incluyeron en su cuadro de mando integral una dimensión especifica para medir el impacto en la comunidad con la misma prioridad con que se miden los impactos financieros, de clientes, de procesos y de innovación. A falta de conocer la profundidad de su impacto, parece un interesante ejemplo de transformación gradual.

Liderar la tranformación de empresas existentes no está reservado a los fundadores. Gestores y líderes podemos hacer nuestra aportación. Se trata de superar la vieja actitud de dejar la conciencia colgada a la entrada de la sala de juntas. Se trata, en definitiva, de ser humanos también en la oficina.

¿Nos posicionamos?

Los retos como frenar el calentamiento global y mitigar la desigualdad me parecen una obligación moral. Sin embargo, no creo que se pueda avanzar mucho si se intenta hacer solamente desde el activismo, desde las universidades o desde las ONGs. Es decir, desde fuera del capitalismo. Solo se conseguirá un cambio si lo desean y promueven los agentes con más capacidad de influencia: las empresas y sus consumidores.

Conseguirlo requiere seguir desenmascarando postureos y lavados de imagen para que reluzcan los compromisos sinceros.

Personalmente creo en las empresas comprometidas. Creo que ganarse la vida de forma rentable tiene que ser compatible con dejar el mundo algo mejor de lo que lo encontramos. Por eso la palabra responsabilidad está en mi declaración de valores. Y por eso, desde una visión crítica, me gusta trabajar para las empresas.

Mentorazgo, acompañamiento y consultoría al servicio de la dirección comercial

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