La aprobación de Bimervax, la vacuna de refuerzo contra la COVID del laboratorio Hipra, ha sido una de las noticias más celebradas este año en redes de negocios y biotecnología en España. Sin duda un reconocimiento muy merecido a un gran trabajo, y desde que las primeras vacunas contra la COVID19 hicieron visible la Biotecnología para el gran público a nadie se le escapa su importancia.
Pero no es la única alegría que la Biotecnología nos ha dado en los últimos meses. Aprovechando la presentación el pasado 20 de junio del informe ASEBIO, un clásico de la información de negocios, podemos revisar algunas de estas buenas noticias. Antes de repasarlas, intentemos fijar el perímetro de la Biotecnología.
Cuando hablamos de Biotecnología nos referimos a industrias que ponen la materia viva, adecuadamente manejada, a trabajar para nosotros. Si interpretamos esta definición en un sentido muy amplio, podríamos incluir la fabricación de cerveza o de pan, o quizá incluso la agricultura… pero no vayamos tan lejos. En la práctica se consideran biotecnologías las que han surgido desde que aprendimos a incidir directamente en el material genético. Concretamente, se suele considerar a Genentech la primera empresa biotecnológica porque en 1976 utilizó por primera vez ADN recombinante para producir somatostatina, una proteína humana, en una bacteria.
El ADN recombinante es ADN (material genético, portador de la información para sintetizar proteínas) en el que artificialmente se ha introducido un gen (un segmento de información) que no estaba ahí. Esta ingeniería nos permitía poner a una célula cultivada en un laboratorio -por ejemplo una bacteria- a trabajar para nosotros produciendo una proteína concreta, abriendo la puerta a nuevas formas de obtener proteínas con funciones terapéuticas como enzimas, anticuerpos, factores de crecimiento, etc. A partir de ahí, durante cinco décadas las técnicas por las que los científicos podían trabajar con la materia viva fueron creciendo rápidamente. Del ADNr se pasó a poder silenciar determinados genes con ARN de interferencia sintético y después a la posibilidad de editar la secuencia del ADN con gran precisión sin necesidad de introducir fragmentos del genoma de otra célula, gracias a la tecnología CRISPR. Las investigadoras Charpentier y Doudna merecieron el premio nobel en 2020 por desarrollar esta tecnología de edición génica, y no está de más recordar que no habría sido posible sin un descubrimiento de ciencia básica que debemos al investigador español Francis Mojica. Y, como todos aprendimos a base de pinchazos en 2020, llegó en ARN mensajero como método sencillo de enseñar a una célula a crear las proteínas que deseamos sin tener que llegar a su núcleo para manipular el ADN.
Cada nueva herramienta en biociencias -de las que estas son solo unas pinceladas muy simplificadas- iba abriendo posibilidades de aplicación industrial dando lugar a un panorama fascinante lleno de incertidumbre y de oportunidades, que es el sector biotecnológico.
Aquí y ahora
En España, según el informe de la asociación empresarial ASEBIO, el año pasado las empresas con base biotecnológica facturaron más de 13.000 millones de euros, con un crecimiento cercano al 8%, y lanzaron al mercado 109 productos y servicios nuevos. El sector da trabajo a 118.000 personas, e invirtió 1.038 millones en I+D, de los que un 64% se financia con fondos propios.
La ciencia que hace posible esta tecnología en nuestro país es responsable del 2,6% de la producción científica mundial. Tradicionalmente nuestra productividad científica es mucho mejor que nuestra productividad industrial (podemos decir que se nos da mejor crear conocimiento que convertirlo en riqueza) y este problema sigue ahí aunque se están dando tímidos pasos en la buena dirección como muestran tanto los datos de ASEBIO como el reciente estudio europeo de regiones innovadoras, aquí resumido por Xavier Ferrás.
Un dato particularmente interesante es que el año pasado se han creado en España 62 nuevas empresas biotecnológicas, 19 más que en 2021. La media de la última década es de 48 nuevas empresas al año.
¿Por qué se crean tantas empresas? La innovación parece estar liderada por un ecosistema de emprendedores científicos y no por la I+D de empresas grandes y consolidadas (1)
Este fenómeno se entiende mejor si pensamos en algunas de las características de la ciencia que hace posible esta tecnología. Se trata de un conocimiento todavía emergente, en manos de grupos de investigación especializados, muchos en el mundo académico, aportando descubrimientos de forma no necesariamente coordinada. No existe un paradigma universal que nos diga en qué dirección deben ir los próximos descubrimientos o qué es lo que las grandes empresas van a demandar. Cuando estos grupos de investigación ven la oportunidad de aplicar y monetizar sus descubrimientos, muchos deciden asumir el riesgo emprendedor creando pequeñas empresas especializadas, dando lugar a un tejido fragmentado y muy dinámico lleno de oportunidades y también de retos.
Retos
La forma en que esas ideas científicas se convierten en empresas suele ser mediante la creación de spinoffs, empresas basadas en el conocimiento, fundadas por investigadores, que pueden contar con participación de la Universidad o con la asistencia de las organizaciones de transferencia de los resultados de la investigación (OTRIS) de las misma. Cuando la Universidad participa en la empresa, se negocian los derechos que la empresa debe pagar por el conocimiento creado en el seno de la institución. Estos suelen estar entre el 3 y el 10% de las ventas generadas durante el periodo de patente. Algunos bioemprendedores consideran excesivos estos porcentajes planteando un debate sobre cómo debería recompensarse a la universidad por la creación de conocimiento y cual debería ser su papel en la comercialización de éste.
Más allá de la ayuda institucional, la nueva empresa necesita atraer capital para poder funcionar. Este suele venir de fondos de capital riesgo, o -cada vez en mayor medida- de los proyectos de innovación abierta de corporaciones interesadas en formar joint ventures y quizá posteriormente adquirir la startup. Los fondos de capital riesgo se involucran en la gestión de la empresa, a veces ofreciendo mentorazgo y apoyo, y son extremadamente exigentes en su selección. El emprendedor tiene que desarrollar habilidades de comunicación para esa competición por el capital. Es la hora de los pitch decks, de mostrar la escalabilidad de la idea que compite con otras muchas ideas por la atención del inversor. A veces este esfuerzo se lleva extremos casi dolorosos, como cuando en el pasado congreso Food for Tech celebrado en mayo en Bilbao se implementó una sesión de “Get in the Ring” en la que investigadores brillantes tuvieron que participar en una puesta en escena de ring de boxeo.
Ganar el combate no es suficiente. Dada la dificultad para encontrar financiación, es natural celebrar los logros, pero a menudo equivocamos el foco y tendemos a medir el éxito de una empresa emergente o start up en términos del capital levantado en rondas de inversión, cuando al fin y al cabo esto sólo refleja las expectativas creadas en los inversores. Deberíamos celebrar más cuando llega la facturación. Una start up aspira a ser una empresa, es decir, a generar sus propios ingresos.
¿Pero cómo hacerlo? En la industria farmacéutica el proceso para llevar un nuevo medicamento desde el descubrimiento a la comercialización puede durar 15 años. Es un tiempo largo, más que el plazo en el que el inversor de riesgo suele permanecer implicado. Para sobrevivir a esa travesía, muchas start ups desarrollan un modelo de negocio inicial basado en vender a terceros un servicio relacionado con la técnica en la que nuestra empresa es experta. Ese servicio constituye inicialmente un producto mínimo viable para esta fase, y permite alimentar los esfuerzos de desarrollo farmacéuico principal que da sentido al emprendimiento pero que lleva un proceso mucho más largo. Es posible que el fármaco último no llegue a sobrevivir y la empresa acabe reorientando su actividad hacia los servicios y la investigación.
Para que ese servicio sea vendible es fundamental identificar claramente qué problema real de los potenciales clientes resuelve, y no ofrecer solamente excelencia técnica especializada. Desarrollar y comunicar esa visión orientada a la resolución de un problema es otro de los retos comeciales de los CEOs de base científica.
Oportunidades
Las oportunidades están no sólo en el campo biofarmacéutico y diagnóstico, sino también y cada vez más en el agroalimentario y en la economía circular. De las 898 empresas puramente biotecnológicas asociadas a ASEBIO, el 50% se orienta al sector de la salud y el 39% al agroalimentario. Pero del total de empresas que utilizan la biotecnología en alguna parte de sus procesos, el 80% son agroalimentarias.
La emergencia climática y los objetivos de desarrollo sostenible nos obligan a buscar eficiencia para la producción de alimentos y esto sólo será posible, además de modificando algunos hábitos, adoptando herramientas biotecnológicas. En ese contexto surgen innovaciones tan espectaculares como la carne cultivada en laboratorio, alternativa alimentaria sostenible y libre de sufrimiento animal. Al escribir este artículo esta tecnología cuenta ya con licencias en EE.UU. y Asia y una empresa española está preparando su entrada en ese mercado. El cultivo de células animales sólo es posible de forma rentable y eficiente si tenemos componentes para cultivo celular fáciles y baratos de obtener. Agrenvec pretende solucionar ese problema expresando factores de crecimiento en plantas tratadas mediante ARN mensajero, tecnología que se ha usado antes para obtener factores de crecimiento para investigación y para cosmética.
En el sector Salud hay que destacar las oportunidades relacionadas con las terapias avanzadas. Se trata de terapias que, en lugar de principios activos químicos, utilizan genes, células o tejidos para corregir enfermedades que antes no tenían tratamiento. En los últimos años la Agencia Europea del Medicamento ha aprobado 18 medicamentos de este tipo y se prevé un ritmo similar o creciente para los próximos años. España es la quinta potencia en investigación en terapias avanzadas, 34 empresas biotecnológicas trabajan en diferentes fases y aplicaciones de estas tecnologías, y de ellas 9 tienen plantas capaces de fabricar materiales o de licenciar tecnologías para terapia génica, celular o tisular, según el mapa de capacidades de ASEBIO. Como ejemplo, la terapia de modificación celular CAR-T, con sus prometedoras aplicaciones en diferentes tipos de cánceres, es el foco de empresas como Lentistem o Vive Biotech, consolidada fabricante de lentivirus.
Mirando adelante
Levantando la vista de la rueda y mirando al futuro, estamos asistiendo a los primeros pasos de una revolución tecnológica enormemente transformadora.
Este gran potencial merece apoyo institucional, y en ese sentido vale la pena destacar algunas iniciativas: la nueva ley de startups que debería facilitar algunos aspectos administrativos a empresas basadas en el conocimiento, y el PERTE de Salud de Vanguardia que incluye fondos Next Generation para el desarrollo de terapias avanzadas.
Como todo cambio tecnológico, también crea preocupaciones. La menos realista de las preocupaciones que a veces vemos en la opinión pública es probablemente la obsesión por un supuesto peligro de los organismos modificados genéticamente por el hecho de serlo. Tenemos medidas de control sanitario y ambiental suficientemente exigentes como para saber que nada llega a nuestro cuerpo sin demostrar su seguridad, y esto no es diferente cuando la especie ha sufrido una modificación genética artificial, y menos si ha sido objeto de una edición génica de precisión. Más real, en mi opinión, es la necesidad de un consenso bioético mundial relacionado con el genoma humano y, sobre todo, evitar el componente de desigualdad que desgraciadamente suele acompañar a la innovación. De poco servirá tener nuevas terapias capaces de alargar la vida, reducir los síntomas del envejecimiento o mejorar nuestra calidad de vida, si sólo son accesibles a una élite dentro del primer mundo.
Estos debates no deberían estar reservados a una élite científica, la sociedad debe opinar sobre el futuro que quiere, y eso solo es posible con una mayor cultura e información sobre ciencia y tecnología. En eso estamos.
En cualquier caso, el potencial de la Biotecnología para ayudarnos a crear una economía más sostenible y capaz de proporcionar alimentación y salud a todos es enorme y tiene por delante un recorrido fascinante.