De la esterilla a la oficina

No, el yoga no es una moda: se practica desde hace siglos en la India y algunos de sus principios arraigan en una tradición probablemente milenaria. Lo que sí es reciente es su aceptación masiva en entornos de trabajo. Los que fuimos parte de la minoría un poco excéntrica que empezó a practicarlo hace décadas, asistimos divertidos y encantados a la transformación del yoga en una tendencia “maintream”. Especialmente desde que el confinamiento nos hizo revisar muchos hábitos, el yoga gana espacio en las agendas de empresas y profesionales. Grandes multinacionales y empresas emergentes ofrecen a sus empleados sesiones en la oficina o facilitan los recursos para practicarlo on-line durante el tiempo de teletrabajo. Altos ejecutivos influyentes como Jeff Beiner (Linkedin) o Marc Beniof (Salesforce) practican asiduamente. Tanto entre mis alumnos de yoga como entre mis clientes y colegas profesionales surge cada vez más la pregunta sobre cómo compatibilizar la práctica con la jornada laboral. 

¿Por qué esta explosión del interés por el yoga en el mundo del trabajo?

La primera razón por la que muchos profesionales empiezan es probablemente la necesidad de cuidar nuestra salud mental.

Aunque hablemos poco de ello, el estrés laboral es un problema real de salud. En España el estrés es la segunda causa de bajas laborales, afectando en algún momento al 54% de los trabajadores (IEPP), y las bajas por salud mental se han duplicado en los últimos siete años. En Europa, un 12% de los empleados sufren casos graves de “burnout” (reconocido como enfermedad laboral por la OMS desde 2019). En otras palabras: uno de cada diez trabajadores europeos no puede más, y esta cifra sube a más del 30% en países del continente americano. Basta asomarse desde fuera a la vida de las empresas, algo que suelo hacer con la mentalidad de un observador, para ver que muchos profesionales viven con la sensación de que todo lo que hagan es insuficiente para su organización o su negocio, corriendo de reunión en reunión, posponiendo tareas, y sin la capacidad de gestionar bien el tiempo y la incertidumbre.

Es obvio que -como señalaba Jordi Alemany acertada y sarcásticamente- ni el yoga ni ningún otro método de gestión del estrés puede sustituir a la obligación de las empresas de tratar a la gente con respeto y sentido común. Dicho de otra forma, si tu jefe te cambia constantemente las expectativas, no apoya ni reconoce tu esfuerzo y te da tareas los viernes por la tarde diciendo que son para el lunes por la mañana, tal vez lo que necesitas no son clases de yoga: lo que necesitas es otro jefe. Pero, incluso en organizaciones bien gestionadas y con buenos líderes, hemos creado un sistema lleno de incertidumbre y exigencia que puede sobrecargarnos de estrés hasta el agotamiento.

Un poco de bioquímica

Stress quiere decir tensión, y ser capaces de reaccionar a la tensión es parte de la vida. Nuestro cuerpo tiene una respuesta fisiológica a las situaciones de peligro afinada a lo largo de miles de años de evolución. Cuando se trata de aprovechar la oportunidad de ser depredador o evitar el riesgo de ser presa, la mejor solución pasa por huir o pelear, es decir, por una buena sesión de ejercicio físico extremo. Y para eso resulta muy útil la liberación de adrenalina y serotonina en sangre, la estimulación del sistema nervioso simpático y la aceleración del pulso cardiaco.

Pero contraer pupilas, acelerar el corazón y reducir la circulación periférica no es de gran ayuda ante una amenaza que llega por correo electrónico. Huir o pelear no funciona bien en una reunión de negocios. Tras cientos de miles de años de evolución preparándonos como especie para sobrevivir como cazadores y recolectores, llevamos un tiempo evolutivamente insignificante sentados delante de un ordenador. La respuesta no está optimizada para las nuevas amenazas.

Si nos damos tiempo para relajarnos, el pasar por estos ciclos de activación del sistema simpático y posterior relajación no representa un problema de salud. Incluso tiene algunos interesantes efectos positivos derivados de la producción de oxitocina y su impacto en la creación de lazos de cooperación, como explica Kelly McGronigall en una excelente charla TED. El problema surge cuando ese estado de hiperalerta se hace crónico, no nos damos tiempo a recuperarnos, y la activación continua e improductiva del sistema puede acabar causando agotamiento y dar lugar a enfermedades reales, físicas y mentales.

Es posible e importante aprender a reconocer esas respuestas y a gestionarlas antes de que aparezcan situaciones patológicas.

Postura y respiración

El estrés es una de las formas en que el trabajo moderno puede perjudicar nuestra salud, pero no es la única. La segunda es la postura. Estar sentado en una silla con la vista fija en una pantalla durante ocho horas y, en los ratos de descanso, entretenerse mirando videos en esa misma pantalla no es lo más saludable para nuestro cuerpo.

¿Eres consciente de cómo estás sentado leyendo esto, y cuánto tiempo llevas en esa postura?

Durante la mayor parte del tiempo no somos conscientes de nuestra postura. Vivimos olvidados de que tenemos un cuerpo, bajo la tiranía de la mente.

Algo parecido ocurre con la respiración.

La capacidad de nuestros pulmones es de unos 5L, pero en condiciones habituales, cuando la respiración es automática y la postura sedentaria, no utilizamos más de 500 mL. Suficiente para mantenernos vivos, pero a veces no para sentirnos en plena forma durante un prolongado trabajo intelectual.

El trabajo muscular genera grandes cantidades de dióxido de carbono y los quimiorreceptores de nuestro sistema nervioso interpretan ese aumento en la tensión de CO2 como una orden para acelerar el pulso cardiaco y la respiración. Este reflejo nos asegura una correcta oxigenación cuando nos movemos. En cambio, el esfuerzo intelectual no activa de igual manera la respiración. Sin embargo, el cerebro se fatiga, necesita oxígeno, y también se verá favorecido por una buena ventilación. Como ésta no se dispara de forma automática, si quieres oxigenarte en un trabajo sedentario debes hacerlo de manera consciente.

Estrés, postura y respiración tienen algo importante en común: son procesos en los que participan tanto el cuerpo como la mente. Cognición y fisiología se influyen mutuamente. Cuando aprendemos a tomar consciencia de cómo está nuestro cuerpo y a identificar y controlar los procesos mentales relacionados, damos el primer paso para estar mejor. Y eso -tomar conciencia del cuerpo para tomar conciencia de la mente- es exactamente lo que se hace en una sesión de yoga.

Pero ¿qué es el yoga?

A efectos prácticos hablamos de un método estructurado de mejora personal integral que trabaja el cuerpo y la mente. Es difícil definirlo porque viene de la tradición oriental donde históricamente no se clasifican los conocimientos de la misma forma dualista en que lo hacemos nosotros: ciencias frente a letras, físico frente a mental, etc. Es más fácil decir lo que no es: no es un deporte, porque no contempla ningún tipo de competición; no es una religión porque no impone ningún sistema de creencias, y, lo que es muy importante para los que tenemos una militancia científica, no es una pseudoterapia, porque no pretende ser una terapia.

A pesar de su probada capacidad para hacernos sentir bien y contribuir a una vida saludable, ningún profesor de yoga responsable intentará convencerte de que puede curarte de espaldas a la buena práctica médica. El yoga es una muy buena forma de prevenir un estrés patológico porque entrena actitudes saludables; pero si la patología ha llegado, lo que necesitas es asistencia médica o psicológica.

Más allá de la salud

Se puede decir que métodos de cuidado de la salud y la mente modernos como el pilates, el mindfulness y la educación de la respiración se basan en diferentes aspectos de la tradición yóguica, combinándola con conocimientos de fisiología actuales y adaptándola a la mentalidad occidental. Pero el yoga nos permite ir, si queremos, un poco más profundo.

Dado el origen indio e hindú de esta disciplina, está profundamente permeada de filosofía védica y, hasta los más escépticos, nos podemos sentir tarde o temprano inspirados por la belleza de esta antiquísima filosofía. Cuando eso ocurre, podemos encontrarnos con algunos conceptos fundamentales de la ética hindú, empezando por el desapego.

El desapego nos enseña a actuar como si no nos importaran los frutos de nuestra acción. A primera vista puede resultar disonante con la forma de trabajar y de vivir que nos han enseñado en occidente. Aquí hablamos de ejecutivos “orientados al resultado”. El desapego es lo contrario: es poner la atención en la acción, con la confianza de que la acción correcta traerá el resultado adecuado, pero sin ansiarlo. Esto nos permite traer la mente al presente, y reducir los niveles de ansiedad.

Más allá del beneficio básico en la gestión del estrés y la postura, el yoga -con su componente indisociable de meditación- es de gran ayuda en el proceso de mejora personal continua que debería acompañar a toda carrera de liderazgo. La actitud meditativa nos enseña a crear silencio y a descubrir una nueva forma de observar la realidad. Así mejora nuestra escucha, nuestra atención, y nos entrena para diferenciar lo esencial y trabajar por ello de manera consciente.

La experiencia de Gopala

Cuando pensamos en yoga en el trabajo, quizá tendemos a imaginar una empresa joven con un ambiente creativo e informal… y sin embargo una de las organizaciones pioneras en esta tendencia fue una institución tan diferente a ese cliché como el Consejo General del Poder Judicial. Su gerente, José María Márquez Gopala, profesor de yoga de los centros Sivananda, lleva más de veinte años apoyando la práctica de jueces, magistrados y personal del Tribunal Constitucional, desde que inspiró la introducción de estas técnicas en el plan de prevención de riesgos laborales de la institución.

Para terminar esta reflexión he charlado con este experto profesor con quien además de apellido comparto la afición por el yoga y algunas horas de práctica en las que he aprendido mucho de él. Me explica que los jueces -y en gran medida creo que esto lo podemos hacer extensivo a muchos profesionales del mundo comercial y directivo- “están dedicados a resolver conflictos, una labor muy exigente que tendemos a llevarnos a casa, en la mente y en el cuerpo, al terminar la jornada. Para poder seguir haciendo esa labor de una forma saludable, lo que buscan en la sesión de yoga es encontrar espacios de silencio y formas de estar bien con su cuerpo que les permitan separarse del conflicto y seguir adelante con su misión”.

El yoga en el trabajo que enseña Gopala se practica en silla o de pie -no en colchoneta- y sin ninguna indumentaria especial. Sin embargo niega que este formato sea menos profundo o intenso que acudir a un estudio de yoga para clases en la forma tradicional. “Cualquiera de los ejercicios de ojos, de brazos, de espalda, de respiración o de relajación que se hacen en una silla y a veces incluso con camisa y corbata puede ser tan profundo como una sesión de yoga nidra hecha en una cueva del Himalaya si se hace con la atención adecuada. Ese es el poder que tiene el yoga”, dice Gopala: “que está al alcance de todo el mundo”.

Un proceso para crecer

Está a nuestro alcance y, tras algo de práctica, descubriremos que la forma en que se conquista un asana (postura) nos ofrece un modelo práctico para acometer cualquier reto de mejora:

•             Empezamos probando, sin decir nunca a priori “yo no puedo”, pero prestando atención consciente a los indicadores que nos avisan de dónde están nuestros límites.

•             Una vez conquistada la postura, respiramos y nos relajamos en ella y la convertimos en una nueva y ampliada zona de confort.

•             A partir de ahí, con actitud de observación ecuánime, empezamos a mirar las cosas desde una nueva perspectiva.

Repetir estos tres pasos nos lleva hacia delante de forma muy parecida tanto si buscamos ponernos sobre la cabeza como si tratamos de entender en profundidad un punto de vista discrepante o de dominar una tarea nueva. ¿Hora de probar?

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